Por: Montgomery Piedra Valencia
Leer
y escribir. En otra época ni siquiera existían esas palabras. ¿Cuándo
aparecieron? ¿Cuál era el verbo que motivaba a esa acción comunicativa? ¿Quién
bautizó los objetos? Esto último porque en mi cultura se deja de ser NN (Ningún
Nombre) después de bautizarlo. Y como ha estas palabras le saldrán
contradictores, si no gestuales, también hablando de leyes constitucionales,
les digo que tienen la razón los dos.
Saltando
todo el proceso histórico y social, que pasa por la oralidad, lleguemos al
territorio de la imprenta. ¿Quiénes tenían la capacidad de comprender el
lenguaje ya no solo oral, sino escrito? ¿Para leer y escribir se necesita de un
complejo proceso mental? Se pronuncia la palabra. A nuestros oídos llega una
imagen acústica. Imagen que el hombre dibujó y Gutemberg diseñó desde la
máquina. Ahora la máquina tiene la facultad de producir letras y de unirlas
para nombrar objetos, a través de palabras.
Pero,
esa letra, ahora impresa está inerme. No tiene voz, no tiene tono. El hombre
reconoce esas letras, las asocia con el pensamiento, con los objetos, y le da
tono a la lectura. Ya sabe leer y sabe escuchar. Ahora la imagen acústica es
procesada en la mente y traducida a la imagen visual de la palabra impresa. Las
palabras llegan al alfabetizado para que el proceso comunicativo continúe.
La
mente humana va complejizando sus acciones y logra que el hombre interiorice su
lectura, “leyendo en silencio”. El silencio no impide que las ideas se
materialicen y lleguen a la memoria, para ser reproducidas las imágenes
visuales de las palabras. La memoria tiene ayudante: la Palabra Impresa. Y esta
a su vez –la Palabra Impresa-, permite su revisión, a pesar de que lo impreso,
impreso se queda, a no ser que sea sometido a la hoguera.
El
hombre de pocas letras escribe: “tengo dos “aciendas””.
- ¿Hacienda es con “h”! Grita el lector. El hombre de pocas letras responde: – ¿Y
cuántas haciendas con “h” tiene usted? Muchas veces sin necesidad de conocer la
regla ortográfica, es fácil deducir que una palabra se escribe de tal o cual
manera, solo por su apariencia, pero esa deducción aparece a causa del recuerdo
visual que se tiene del vocablo. El pensamiento se alimenta de palabras, el
iletrado de imágenes auditivas. La “H”, no tiene sonido.
¿Por
qué se escriben las ideas? ¿Acaso la mente guarda imágenes de las letras? Siendo
la respuesta afirmativa a estos interrogantes, entonces el interior del humano
es una biblioteca que trasciende las barreras del simple almacén y alberga en
sus estantes, palabras, sonidos e imágenes, que se fusionan y exaltan el
lenguaje hablado e impreso. Impreso como factor de acrecentamiento de
autoridad, y de la autoridad.
No
todo es maravilla de la mano de la letra impresa. ¿Qué pasó con la memoria humana
que guardaba grandes relatos e historias cuando no existían impresos? Mediatizados
por las asociaciones de la letra impresa, a ella –la letra impresa-, se le ha
otorgado un poder casi infinito, y en este tiempo, a la imprenta digital. En
ella reposa toda clase de información, hasta la más mínima, como el número del
teléfono personal, que cuando necesita ser evocado, muchas veces no se
recuerda, y la única expresión para disculpar el olvido es: “no me sé el número
del teléfono porque, ¡como yo no me llamo!”.
McLuhan
afirma que la escritura fonética que se hacía en forma oral, redujo la
velocidad de recepción de las palabras, y que la imprenta la elevó. Siendo la
primera, de una forma tediosa, la causante de la memorización de textos. ¿Es
esto dañino? ¿Quiere decir que el aumento de velocidad en la lectura, atenta
contra la memorización?
Además,
un siglo después de la invención de la imprenta, se comenzó la paginación,
hecho que McLuhan utiliza para hacer la transición de la memorización de libros
a la utilización de ellos, como obras de
referencia.
Bueno,
pero también están las bondades de la imprenta, y son bastantes. La influencia
del libro impreso permitió la creación paulatina de los signos de puntuación, y
de la misma manera sus definiciones. Se ha dicho que los signos de puntuación indican
la ocasión de respirar (Diomedes S. IV), que indican una pausa, que señalan un
sentido. Y de la coma exclusivamente Ben Johnson en 1592, expresa que “es un
débil respiro entre la frase que está y la que sigue”.
Los
autores tenían el propio significado de palabras en sus textos. La imprenta
permitió unificar reglas y normas gramaticales, imprimiéndole sentido a los
conceptos, e intensificando y haciendo más comercializable los impresos. Lo que no ha quedado escrito, se ha perdido.
Si no tiene la firma, no vale.
En
esta mezcla auditiva en tanto lenguaje hablado, y visual en tanto palabra
impresa, la memoria visual, navega sobre la tinta de la imprenta; o como lo
expresa H. J. Chaytor: “En la tinta de impresión se ha ahogado la memoria
auditiva”.
El
artista pregunta: -¿Por qué lloran los guaduales? Y el mismo responde: -porque
también tienen alma. El pensamiento interior se exterioriza y sensibiliza
también con imágenes metafóricas a los que deseen soñar. ¿Alguien ha visto
llorar un árbol? Pero, si el alma no se ve, porqué la nombramos. El pensamiento
tiene esa capacidad de crear, de innovar y de transmitir emociones y tonos a la
lectura y a la escritura.
La
imagen visual que llega de la mente se hace presente a través de la palabra. El
alma como objeto no tiene representación, aún, pero está representada
visualmente por sus cuatro letras: a l m a.
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