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Claves para reconocer una buena crónica

'Para mí, narrar es seducir': Alberto Salcedo Ramos

'La eterna parranda, Crónicas 1997-2011', Editorial Aguilar, 422 páginas, $ 45.000.
Foto: Andrea Moreno / CEET

El periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos presenta 'La eterna parranda'.
Se trata de una recopilación  de sus 27 mejores crónicas escritas en los últimos 15 años. Salcedo revela cuáles son las  claves para reconocer una buena crónica.
"Siempre quise contar historias: es algo que viene desde mi infancia". Quizás, fueron esos relatos que le narraban sus abuelos maternos, en Arenal (Bolívar), donde creció, los que dejaron 'picado' por este gusto al periodista Alberto Salcedo Ramos (1963).

Esta pasión por la crónica ha llevado a Salcedo a recorrer el país siguiéndole el rastro a personajes como 'Kid' Pambelé o Diomedes Díaz, o para retratar algún hecho del acontecer nacional. "La he pasado bien contando historias de no ficción: he aprendido sobre la condición humana, he conocido mi país, he dejado un testimonio de lo que he visto y sentido", anota el barranquillero.

Prueba de este amor por contar historias es su nuevo libro, La eterna parranda, que reúne las que considera sus 27 mejores narraciones, escritas entre 1997 y 2011, muchas de ellas publicadas en medios nacionales y otras en extranjeros como Ecos (Alemania), Courrier International (Francia), Etiqueta Negra (Perú) y Gatopardo (México), entre otros.

"No se trata de la típica recopilación de crónicas, basada simplemente en el nombre del autor. En esta recopilación hay ambición en la profundidad de las historias, en la escritura y una preocupación por dejar un testimonio profundo del país y de la época", explica.

Las notas del libro constituyen un viaje periodístico y literario por el país. El lector se encontrará con historias conmovedoras, como la de El Salado, el pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas, y Palenque, la población en donde la vida gira alrededor de un tambor. También hay relatos de bufones y perdedores: el ex boxeador que, 13 años después de su retiro, vuelve al cuadrilátero porque necesita pagar la mensualidad del colegio de su hija, la selección Colombia de fútbol gay o el anciano que se gana la vida contando chistes en los velorios.

¿Por qué ese título?

Porque así se llama la crónica de Diomedes Díaz y porque me di cuenta de que la parranda es una constante en muchas de estas crónicas del libro, que dan una visión de país. Hasta una masacre, la de El Salado, se comete en medio de tambores.

¿Qué tan raro se siente en un ámbito periodístico marcado por la tecnología y la falta de espacio?

El rumano Mircea Eliade escribió que en los campos de concentración rusos los prisioneros que tuvieron la suerte de contar con narradores de historias en sus albergues sobrevivieron en mayor número. Según él, las historias ayudaron a muchos de esos prisioneros a atravesar el infierno. Cito este caso para decirle que narrar historias no debe ser visto -y menos por quienes hacemos periodismo- como un lujo exótico. Me niego a aceptar eso.

¿Cualquier tema puede ser una crónica?

No. El tema debe atizarlo a uno, debe generar en uno una gran excitación. Si, por ejemplo, a mí me pidieran ahora que contara la típica historia del muchacho que se sube a los buses urbanos a entonar canciones con una guitarra, tal vez pensaría que ese tema ya está muy trillado. Sin embargo, tendría que hacer una exploración antes de decir sí o no. Quizá al subirme al bus encuentre a uno de esos cantantes cuya historia me apasione, porque la considere sorprendente o porque la sienta atravesada por conflictos singulares. El valor de los temas no surge a priori, sino cuando hago el trabajo de campo.

¿Qué tanto de opinión personal debe tener una crónica?

La opinión, por lo menos esa que utilizan los columnistas, no es la que usamos los cronistas. Nosotros usamos algo que se parece, que es la interpretación, pero no para comentar la realidad, sino para narrarla. Después de todo, lo que se le pide al cronista es que nos entregue una versión inesperada de los hechos, y para lograr eso hay que recurrir en parte a la visión personal. No tendría ninguna gracia que, después de tomarse un tiempo mayor para hacer su trabajo, el cronista se pusiera a construir sus textos con los mismos datos que aparecen en Wikipedia y en los noticieros de televisión. Un ejemplo: Juan Villoro estaba en Santiago de Chile el año pasado cuando se presentó el terremoto, y escribió una crónica maravillosa, que no empieza con ninguna acción externa, sino con esta confesión personal: 'Los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma'.

¿Qué papel juegan los datos y las cifras? ¿Cómo usarlos?

Sin datos no hay crónica. Me gusta que me lo pregunte porque algunos tienen la errónea creencia de que la crónica es un género para escritores de ficción frustrados o para profesionales ociosos que solo quieren hacer artificios literarios. Nada más falso: la crónica demanda información más copiosa que la convencional, porque, aparte de responder a los interrogantes clásicos, recrea atmósferas, abunda en los detalles. Lo que pasa es que hay que insertar los datos con naturalidad en el relato, porque, como dice mi admirada Leila Guerriero, en este género un dato mal puesto resulta chillón, ensucia la prosa.
Se habla mucho de los detalles de color.
Los detalles dan vida, generan sorpresas. Jimmy Breslin fue a cubrir el juicio que se le seguía a un mafioso llamado Anthony Provenzano. El tipo tenía en uno de sus meñiques un anillo de diamantes que parecía llenar de luz todo el tribunal. Sin embargo, pese a su aire de poder, fue condenado a siete años de cárcel. La historia termina en una cafetería humilde, donde Jimmy Breslin es testigo de cómo el joven juez que profirió la sentencia almuerza con una precaria ensalada de frutas, y no tiene en ninguno de sus dos meñiques un anillo de diamantes como el del mafioso al que acaba de mandar a la cárcel. Es un detalle magistral.
¿Sus referentes en la crónica?
No me gusta hacer este tipo de listas, porque la gente suele fijarse más en las omisiones que en los nombres que uno cita. Solo le voy a mencionar al que considero el más grande: Gay Talese, un maestro de la narración, de la investigación y del manejo de los detalles.
¿Qué lección le han dejado estos años de cronista?
Los contadores de historias son como Vito Corleone en El Padrino: tienen que hacerle al lector, de entrada, una oferta que no pueda resistir. Solo que, en este caso, no se apela a la intimidación, sino al encanto. Para mí, narrar es seducir.

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